Somos Uno: Una Iglesia, Una Ciudad
Vivimos en un contexto donde se habla mucho de "unidad", pero no todo lo que parece unidad proviene del corazón de Dios. En Juan 17:20-23 Jesús orando por su discípulos, por extensión a nosotros, dice:
No pido solo por ellos, sino también por los que creerán en mí cuando escuchen su mensaje. Te pido que se mantengan unidos entre ellos, y que, así como tú y yo estamos unidos, también ellos se mantengan unidos a nosotros. Así la gente de este mundo creerá que tú me enviaste. Yo les he dado a mis seguidores el mismo poder que tú me diste, con el propósito de que se mantengan unidos. Para eso deberán permanecer unidos a mí, como yo estoy unido a ti. Así la unidad entre ellos será perfecta, y los de este mundo entenderán que tú me enviaste, y que los amas tanto como me amas tú. (TLA)
Jesús hace una de las oraciones más profundas y reveladoras que encontramos en las Escrituras: pide por la unidad de todos los que habrían de creer en Él. No ora por uniformidad, ni por estrategias, ni por estructuras. Ora por unidad: una unidad que refleje la intimidad divina entre el Padre y el Hijo, una unidad tan palpable que el mundo no pueda ignorarla.
Podemos tener estilos distintos, estructuras diferentes, pero cuando nuestros valores centrales —el evangelio, la humildad, la gracia, la misión— están alineados, hay un terreno fértil para caminar juntos con gozo y libertad.
Que es la unidad
Lo que Jesús ora es algo sobrenatural: que nosotros, sus seguidores, vivamos en tal comunión unos con otros que el mundo pueda ver en nosotros la realidad del amor de Dios. Esa es la verdadera apologética del Reino. En lo personal, este pasaje me desafía profundamente a evaluar no solo cómo hablo de unidad, sino cómo la vivo. He aprendido, de mucho fracaso en confiar en mi capacidad, que cuando intentamos mantener la unidad sin rendirnos a Cristo, lo que experimentamos es frágil, superficial y a menudo centrado en nosotros mismos.
Muchos intentos de unidad, aunque bien intencionados, no reflejan el tipo de comunión por la que Jesús oró en Juan 17.
A veces nos unimos solo por notoriedad, buscando ser vistos, ganar influencia o visibilidad, más que cultivar una verdadera comunión en el Espíritu.
Otras veces, el motivo es puramente pragmático: “funciona”, decimos, sin detenernos a discernir si refleja el corazón del evangelio.
Otra manera es como el activismo puede unirnos en la acción, pero si esa acción no nace de una raíz espiritual profunda, terminamos agotados y desconectados. Peor aún, muchas veces surgen agendas unilaterales, donde uno invita a colaborar, pero no está dispuesto a escuchar, aprender y ceder. En esos casos, la invitación suena más a “únete a lo mío” que a “caminemos juntos”.
Cuando veo estas dinámicas, no puedo evitar preguntarme: ¿es esto lo que Jesús tenía en mente cuando pidió al Padre que fuésemos uno? Claramente no. Él hablaba de algo mucho más profundo, más relacional, más glorioso. Una unidad que nace de su propia relación con el Padre y que se convierte en testimonio vivo ante el mundo.
Una Unidad Diversa
Participo de múltiples espacios donde experimentamos y vivimos este tipo de UNIDAD DIVERSA (denominacional, generacional, cultural). En estos espacios, he aprendido que la unidad verdadera sí es posible y muy poderosa, cuando se construye sobre fundamentos sólidos en ese caminar juntos; uno de estos fundamentos, es tener un propósito compartido. Cuando varias iglesias y líderes descubren que están respondiendo al mismo llamado de hacer visible el Reino en su ciudad, la unidad ya no necesita ser forzada; se vuelve natural, incluso inevitable.
Otro fundamento es compartir un mismo ADN espiritual. Podemos tener estilos distintos, estructuras diferentes, pero cuando nuestros valores centrales —el evangelio, la humildad, la gracia, la misión— están alineados, hay un terreno fértil para caminar juntos con gozo y libertad.
Y, quizás lo más profundo: la relación. La unidad se fortalece no solo con acuerdos ministeriales, sino en la amistad, la confianza, la transparencia, como dice CS Lewis “Amigos se descubren porque aman la misma verdad.”
Esta relación profunda se forja cuando compartimos la mesa, las lágrimas, los fracasos y las victorias. Porque la unidad no es solo estrategia, es comunión. Y la comunión se forma cuando nos vemos como hermanos y no como aliados funcionales.
En lo personal, estoy convencido que el fallo en alcanzar esa unidad de la que habló Jesús es el resultado de no entender que lo que verdaderamente nos une es el evangelio. No una estrategia, no un evento, no una denominación. Es la persona de Jesús, Él es el centro. Él es la buena noticia (evangelio). Nos une la centralidad del evangelio. No es la metodología lo que nos conecta, sino la persona de Jesús. Él es nuestro punto de partida y nuestro punto de encuentro. Las buenas noticias de que Dios nos ha amado perfectamente en Cristo son el corazón que late detrás de toda verdadera colaboración entre iglesias.
Un Sola Cuerpo, una Sola Iglesia
Creo también —y lo he dicho muchas veces— que, en nuestras ciudades, incluyendo Houston, no hay miles de iglesias. Hay una sola iglesia con muchas expresiones hermosas. Una sola iglesia, un solo Cuerpo. Nos une la convicción profunda de que somos parte de esa única iglesia de Cristo en la ciudad.
Una iglesia que ha sido enviada con una sola misión: llevar el evangelio a cada rincón, a cada comunidad, a cada vida rota que necesita esperanza. Cuando entendemos eso, nos empezamos a mover diferente. Ya no competimos, nos celebramos. Ya no desconfiamos, nos bendecimos.
La realidad es que no buscamos un evento. No anhelamos una iniciativa más. Lo que necesitamos —lo que seguimos clamando— es un movimiento. Un movimiento del evangelio donde:
La iglesia Latina en todas nuestras ciudades refleja una unidad visible y tangible.
Veamos una multiplicación de iglesias, fieles al evangelio y comprometidas con la transformación de sus comunidades.
Nuestras congregaciones Latinas se convierten en centros de envío, que se multiplican enviando plantadores, replantadores y misioneros desde nuestras congregaciones.
Cada uno de nosotros desarrollamos un compromiso real de oración mutua y apoyo fraternal, más allá de un mes, más allá del calendario.
Porque cuando el evangelio de Jesús es el centro, la unidad no es solo posible, es inevitable.
Victor Marte servira principalmente a las congregaciones hispanas y a las congregaciones que desean alcanzar a la comunidad que habla Español. El pastor Marte en la actualidad esta colaborando con Lideres Transformadores en el equipo de UBA y ha sevido en el liderazgo en la ciudad por algunos años.
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Photo by Dave Hoefler on Unsplash
Podemos tener estilos distintos, estructuras diferentes, pero cuando nuestros valores centrales —el evangelio, la humildad, la gracia, la misión— están alineados, hay un terreno fértil para caminar juntos con gozo y libertad.